Querido y admirado Aureliano: Tu carta, como no podía ser menos, me ha inundado incluso los entresijos del alma, y no sólo por lo que en ella dices y la consideración en que me tienes –pecador de mí-, sino también por venir de quien viene; es decir, por ti, por tu familia que tanto traté, por tu paisanaje, por alguien, en fin, al que admiro como un modelo de virtudes socráticas, ahora que estamos en ello. A ver si no: Hombre culto sin engolamiento, prudente aristotélico y audaz cervantino (…”porque has de saber, Sancho, que la valentía que no se funda sobre la base de la prudencia se llama temeridad”), justo en sus apreciaciones, amante de la belleza en el más amplio sentido, claro en la exposición de las ideas y magistral en lo que explica y enseña. O sea, que ser alumno tuyo debe ser una fiesta de amenidad y aprendizaje.
En definitiva y para entendernos, Aureliano: Sólo hace falta hablar contigo un minuto para saber que uno se encuentra ante una gran persona, honrada y buena. Seguro que estás de acuerdo con Marco Tulio Cicerón cuando dice: “Mi conciencia es más importante para mí que cualquier discurso”. Perdona que te lo diga y no te sonrojes, que eres muy capaz.
Mi memoria ya me falla mucho, pero yo te sigo con detenimiento, gozo y creo que hasta con algo de provecho desde mucho antes de que existieran los modernos ”Me gusta”. Cuando nos abrías los ojos a los desprevenidos mortales frente a la publicidad subliminal; más tarde cuando los vergonzosos e increíbles acontecimientos relacionados con la desventurada idea de Vadillo, ese alcalde de Alburquerque supremacista y nesciente, empeñado en destrozar el castillo construyendo una hospedería como una pesadilla insufrible; después, los estudios tan certeros, emotivos y didácticos sobre los inocentes dibujos de los niños y su impresión acerca de acontecimientos en sus vidas recién estrenadas, y ahora, como el que no quiere la cosa, ¡zas!, mezclas ingeniosamente la filosofía, cuadros famosos de la pintura universal…¡y lo que acontece en nuestro pueblo! Y lo haces, ¡cómo no!, con la inteligencia, la sabiduría, la habilidad y la lucidez de un catedrático capaz de removerle la caja de las ideas al más tonto de la clase. Así que ya sabes: Aquí tienes un lector apasionado para lo que sirvas mandar.
Mas tu carta me lleva también al bachillerato de los años 50 y al colegio de La Tahona o de “Nuestra señora de Carrión” donde tuve el privilegio, raro parece ser en la España de la época, mira tú por dónde, de estudiar de forma mixta junto a chicas que nunca olvidaré, pues eran un acicate para no dormirnos en los sueños adolescentes: Tu inolvidable hermana Angelines, Leonor Pozas, Mari Pili Lapeña, Angelines Márquez…; lo cual me sirvió para que ahora no necesite carnet alguno de feminismo, pues aquella igualdad en la que observábamos que las mujeres eran mejores la tengo muy asumida y la llevo muy dentro.
Y fue allí también, en ese recordado colegio, donde sucedió mi modesta introducción en el fantástico y prometedor mundo de la Filosofía, aunque de una forma tristemente anecdótica: El cura que nos dio Historia de la Filosofía en 5º curso era tan ignorante al respecto que, de una forma seriamente burlona, iba leyendo el texto y haciendo comentarios despectivos sobre Tales de Mileto y sus chorradas de considerar el agua como origen de todo; Anaximandro y aquello suyo tan raro que denominaba “ápeiron”; Anaxímenes y su empeño en hacernos creer que en el aire está el principio de todo; Heráclito de Éfeso, que se inclinaba por el fuego, vaya tontería, y así todo. Pero el que nos dio Filosofía pura en 6º, al que no recuerdo, sabía de ello menos que yo de Física Cuántica. ¡Madre mía para explicarnos la Metafísica, la Epistemología, la Ética o la Lógica con sus silogismos, su premisas mayor y menor y sus conclusiones. Mi deducción al respecto fue:
A.- La filosofía lleva al conocimiento y a la sabiduría.
B.- Yo no me aclaro con la filosofía que me explica este individuo.
C.- Luego seré un zopenco como no me espabile.
Así que fui convirtiéndome en un francotirador de la cultura, y todo este batiburrillo antipedagógico, mezclado con mis apasionadas e incansables lecturas de cuanto fue cayendo en mis manos desde “El Guerrero del Antifaz” hasta “Los 25000 mejores versos de la Lengua Castellana”, la prensa (¡ay LA CODORNIZ sentado en la apasionante tertulia de mi tío Joaquín el boticario!), la literatura en general, el ensayo y la Historia; este “totum revolutum”, digo, fue creando dentro de mí un poso cultural anárquico, mal dirigido y no sé si digerido, quizá, pero satisfactorio y deleitoso. Ello al tiempo que fui engrosando una modesta, pero consistente biblioteca donde no han faltado para mi regalo extremo los clásicos griegos y latinos, una buena Historia de la Filosofía bien comentada, amén de obras de Freud, Aldous Huxley, Bertrand Russell, H.G. Wells, etc. De política prefiero no hablar, que el patio anda revuelto.
En mis incursiones por la filosofía aprendí eso de “Primum vivere deinde philosophari”, “Primero vivir, después filosofar”. De modo que ante la imposibilidad patente de acudir sin medios económicos a una Universidad, cosa que me di cuenta rápidamente, a los 18 años decidí hacer la mili como voluntario y buscarme las habichuelas. Eso significó, como le pasó a tantos otros, que tuve que irme de Alburquerque, pero sin abandonarlo jamás. Supe luego que la filosofía enseña a pensar, a tener curiosidad, a indagar hasta el asombro, y que ahí ya se abre una puerta hacia la sabiduría, aunque en mi caso ando todavía en el umbral. Y tengo muy experimentado que Sócrates, Platón, Aristóteles, Santo Tomas de Aquino -¿y por qué no Cervantes o Quevedo y tantos otros?- me llevaron hace ya mucho tiempo al asombro y a un placentero bienestar.
Para terminar, y perdóname, Aureliano, la extensión y quizá la insolencia, quiero señalarte con Publio Terencio: “Homo sun, humani nihil a me alienum puto” (con perdón de lo de alienum). O sea, “Soy un hombre, nada humano me es ajeno”
Recuerdos y un fuerte abrazo
Elías Cortés
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