Por AURELIANO SÁINZ
Efectivamente, Sócrates no acompañó a su discípulo Platón que venía con Aristóteles a un hermoso pueblo de Extremadura, puesto que había fallecido por haber acatado la sentencia de la Justicia ateniense que lo condenaba a muerte, dado que con sus doctrinas, supuestamente, corrompía a los jóvenes, ya que estos pensando racionalmente acababan dudando de la existencia de los dioses.
Y es realmente una lástima que su espíritu no acompañara a los de los otros dos grandes creadores del pensamiento griego, puesto que los tres fueron los filósofos que alumbraron los inicios de la razón humana en busca de la verdad, la justicia y la libertad, valores que marcarían el pensamiento en Occidente.
Pero conviene suponer, dado que son espíritus libres y pueden comunicarse sin pronunciar palabras, que en el regreso de Platón y Aristóteles al fresco pintado por Rafael Sanzio en los Palacios Pontificios del Vaticano hablaran con Sócrates, dado que este se encuentra muy cerca de ellos. Allí está de perfil, portando una vestimenta de color ocre. Seguro que, asombrados y deseosos de consultar con él lo que opinaba acerca de la idea de Justicia, le contarían lo que habían visto y oído de sus estancias en Alburquerque, al no comprender cómo funcionaba el pueblo.
Recordemos que Sócrates, a pesar de vivir setenta años, no escribió nada en su vida, por lo que sería a través de los escritos de su discípulo Platón cómo nos llegarían sus ideas, sus reflexiones y, especialmente, sus principios éticos.
Su apasionante existencia culmina cuando el Senado ateniense lo condena a muerte, de forma que debe beber una copa de cicuta, que era el modo en el que, por entonces, los sentenciados acababan con sus vidas.
Tal como he apuntado, su legado nos ha llegado por los escritos de su discípulo. También hemos de tener en cuenta que de estos grandes pensadores sabemos a través de magníficos cuadros, que podemos considerar imperecederos, en el sentido de que las escenas en las que aparecen como protagonistas sirven para recordarnos que han sido ejemplos y guías de muchos de los principios morales y de justicia que hoy defendemos.
Pero antes de abordar el concepto de justicia a partir de la extracción que realizo de unos diálogos entre Sócrates y su discípulo Critón, y que aparecen en la obra “Critón o del deber” de Platón, viene bien hacer un breve recorrido por el lienzo La muerte de Sócrates, del pintor francés Jacques-Louis David. Esta bella obra, acabada en 1787, dos años antes de que se produjera la Revolución francesa, en la actualidad puede contemplarse en el Museo de Arte Metropolitano de Nueva York.
David es un claro representante del arte neoclásico de la pintura del siglo XVIII y el comienzo del XIX. Dentro de esta corriente pictórica, se solían tratar temas relacionados con la antigüedad clásica, especialmente, la griega y la romana, civilizaciones que son la base de muchos de los aspectos de nuestra cultura occidental.
Su lienzo, que representa los momentos previos a la muerte de Sócrates, y que los historiadores sitúan en el año 399 a. C., ha quedado como modelo de la pintura neoclásica por la exaltación que hace de la figura del filósofo. Basta fijarse en el fuerte equilibrio compositivo, cuyo centro está ocupado por la copa de cicuta, al tiempo que en el lado derecho aparece el filósofo junto a discípulos y amigos, mientras que en el izquierdo se muestra a su ejecutor, entregándole la copa de cicuta, y, sentado y de espaldas, a su discípulo Platón.
La idealización de este excepcional momento, en el que Sócrates tiene que enfrentarse a la muerte, se manifiesta a través de su figura, que, semidesnudo, ya que solo le tapa parcialmente una túnica blanca, muestra a través de su figura, sentada sobre el lecho y erguida, la seguridad y firmeza de su decisión. La nobleza de este gesto, David lo acentúa al plasmarlo levantando su mano izquierda y alzando el dedo índice como expresión de la certeza de los principios que ha defendido a lo largo de su vida.
Allí, a su lado, se encuentra su amigo y discípulo Critón, apoyando su mano derecha en la pierna de su maestro, con una mirada sostenida hacia quien ha sido el faro que le ha guiado en sus años de aprendizaje, el mismo que ahora parece dictarle las últimas sentencias, mostrando que la honradez y la dignidad no se las pueden arrebatar de ninguna manera, a pesar de la condena que pesa sobre él.
El horror ante la condena de un hombre que solo había utilizado la palabra para hacer pensar a los jóvenes atenienses se manifiesta en su verdugo, es decir, en aquel que debe entregarle la copa de cicuta para que sea el propio Sócrates el que acabe bebiéndosela.
Así, en la escena, de espaldas al espectador y cubierto con una túnica ocre clara, desvía la mirada del filósofo, al tiempo que su rostro se lo tapa con la mano, como queriendo alejarse de la obligación de tener que ver fallecer a quien fuera un hombre que representaba la dignidad y la nobleza en la Atenas de entonces.
A su lado, sentado y de espaldas, aparece de perfil la figura de un Platón ya muy mayor, una licencia pictórica que se toma David, pues el discípulo era cuarenta y tres años más joven que su maestro. Cubierto con una túnica gris azulada, se muestra totalmente concentrado, alejado y ausente, recluido en sus propios pensamientos, como intentando entender el incomprensible significado de la sentencia a muerte de su maestro.
Hemos dicho que Sócrates no visitó Alburquerque; sin embargo su pensamiento aún sigue vivo y nos sirve para aplicarlo con todo rigor a estos tiempos de mentiras, engaños y medias verdades que circulan en la actual sociedad del siglo veintiuno, y, cómo no, en nuestro pueblo, donde de modo reiterativo se justifica lo injustificable.
Para ello, quiero centrarme en unas frases dichas por la nueva alcaldesa en su toma de posesión acerca de la Justicia y la Democracia. Son estas: “El gran valor de la democracia es que la soberanía se sustenta en el pueblo y, por tanto, debe ser el pueblo quien cambie y ratifique a sus alcaldes” y “No dejemos que nadie más secuestre el derecho de la democracia de un pueblo” (frases que he tomado del número 107 de Azagala).
Y uno se pregunta: ¿Están los votos por encima de la Justicia? ¿Son los votos los que dictaminan si las sentencias de los Tribunales son o no justas?
Veamos, pues, lo que le dice Sócrates a Critón en los diálogos creados por Platón en la obra que he citado anteriormente.
“Concretamente, con relación a lo justo y lo injusto, lo vergonzoso y lo honesto, lo bueno y lo malo, que son materia de nuestra reflexión, ¿debemos seguir la opinión de la mayoría de la gente y temerla, o solo la del más entendido, de aquel a quien hay que respetar y temer más que a todos los demás juntos? Pues si no respetamos de quien dicta justicia, quebrantaremos y arruinaremos aquello que con ella se hacía mejor, y que con la injusticia se corrompía. ¿O tal vez eso es algo insignificante?”
Sócrates sostiene claramente que lo que dicta la Justicia está por encima de la opinión popular, e, incluso, si una sentencia está equivocada hay que respetarla, pues un pueblo que no sigue las directrices de los tribunales no puede construir una democracia.
“Por tanto, amigo mío, en modo alguno debemos cuidarnos tanto de qué dirá acerca de nosotros la gente; nuestra única preocupación ha de ser qué dirá acerca de lo justo y de lo injusto el entendido, él solo, junto con la Verdad misma”.
Es tanto el valor que Sócrates le concede a la Verdad, basada en última instancia en la conciencia personal, que hace de ella el valor máximo de los hombres.
“Así pues, no se debe devolver injusticia por injusticia, ni hacer daño a hombre alguno, ni aún en el caso de que recibamos de ellos un mal, sea el que fuere. Te lo digo porque lo de este parecer son y serán pocos”.
Creo que quien leyera estas líneas, fuera o no creyente, y sin saber su procedencia, pudiera pensar que son frases pronunciadas por Jesús de Nazaret. Sin embargo, Sócrates nació en el año 470 a. C., es decir, casi cinco siglos antes de quien marcaría una profunda huella en nuestros principios morales.
Puesto que Critón le había insinuado la posibilidad de huir de Atenas, prodigando favores (cuestión tan habitual en nuestros días por algunos políticos que quieren ganarse los votos), Sócrates renuncia a estos métodos para librarse de la muerte. Esto es lo que sostiene:
“Nosotros, ya que la razón así lo manda, no examinemos otra cuestión que la que ahora mismo mencionamos, es decir, si obráramos justamente pagando dinero y prodigando favores a los que me han de sacar de aquí, siendo así fugitivos, amén de cómplices, cometeremos verdaderamente injusticia al hacer todo eso”.
***
Sócrates vivió hace veinticinco siglos. Desde entonces, el avance de la Historia ha conducido a que gran parte de las sociedades desarrolladas se guíen por los principios de separación de los poderes, de modo que la Justicia debe ser independiente de los poderes Legislativo y Ejecutivo. Y en la medida en que sea lo más independiente posible, la Democracia será más avanzada. Pero esto parece que hay gente que todavía no lo entiende y se mueve con ideas pre-democráticas, intentando que los intereses de partido estén por encima de los principios de una justicia equitativa.
Por último, cierro esta breve incursión por la vida y el pensamiento de uno de los hombres cuya grandeza se sostenía por la búsqueda incondicional de la verdad, a través de la libertad de la conciencia personal, sin conducirse por los comentarios, ni los prejuicios de quienes dicen apoyarse en la mayoría. Pero, como bien apuntó el propio Sócrates, “los de este parecer son y serán pocos”.
Gran signo de valentía y honestidad que aún hoy nos sirven para guiarnos en medio de las oscuridades y de los miedos que todavía atenazan a una parte importante de Alburquerque.
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