Por AURELIANO SÁINZ
En el artículo precedente, Náufragos, hablaba del drama por el que atraviesan algunas de las personas que huyendo de sus casas, de sus pueblos, de sus países, sean por razones de pobreza o por guerras o conflictos étnicos, se ven abocadas a salir de sus entornos naturales para desplazarse a lugares distintos a los suyos.
Son los denominados refugiados o desplazados que en la actualidad alcanza la escandalosa cifra de 68,5 millones en todo el planeta, una población que supera ampliamente a la de España y Portugal conjuntamente.
De los refugiados recibimos, con una mezcla de estupor, indignación e impotencia, informaciones casi cotidianas por los medios de comunicación. Son vidas truncadas a las que los distintos gobiernos son incapaces de darles alguna solución, más allá de la creación de campos de refugiados, en los que malviven las familias que contemplan que no hay futuro para ellos.
Pero si hay un continente en el que parece que este drama se ha hecho crónico es el de África. Los conflictos étnicos, el fanatismo religioso y las hambrunas abocan a la huida de miles de familias de sus países para encontrar un precario refugio en otros con los que comparten fronteras. Sudán, Somalia, Etiopía, República Centroafricana, etc., son lugares de los que, con cierta reiteración, tienen que salir para acogerse en campos precarios.
A su ayuda suelen acudir algunas ONG, caso de Cruz Roja, Médicos Sin Fronteras, u organizaciones dependientes de las Naciones Unidas, como es ACNUR (en español, Asociación de las Naciones Unidas para los Refugiados).
En mi caso particular, durante años estuve dirigiendo investigaciones en los campos de refugiados saharauis que se encuentran en Tinduf, en el oeste de Argelia. Allí, en zona predominantemente desértica, se encuentra la población saharaui que huyó de su tierra cuando en 1975 fue ocupada por Marruecos, en el momento en el que Franco agonizaba.
Pero de este tema hablaré más adelante, porque, en esta ocasión quisiera informar de las investigaciones que, de modo similar al que yo llevaba a cabo, es decir, pidiendo a los niños y adolescentes que dibujaran sus vidas, sus experiencias o sus recuerdos, la investigadora de ACNUR, Sybella Wilkes, lo hizo en los campos de refugiados de Sudán, Somalia, Etiopía y Kenia para recabar la visión que tenían niños y adolescentes del drama que supuso las huidas de sus hogares.
Para ello, les proporcionó el material necesario para que pintaran lo que recordaban de sus vivencias, al tiempo que recogía de forma grabada sus relatos, para que, posteriormente, se los tradujeran, dado que en los pueblos africanos hay multitud de lenguas.
Antes de que veamos, a partir de siete dibujos que he seleccionado, cómo los niños y adolescentes expresaban gráficamente sus duras experiencias, me parecen oportunas las palabras de Sybella Wilkes las dificultades que tenía para hablar con ellos a través de un traductor.
“Para estos niños es muy difícil dialogar sobre los horrores emocionales que han vivido. La idea de que ‘un problema compartido es un problema menor’ no puede aplicarse a ellos. Para muchos es muy duro poner palabras a cómo se sienten y son reacios a hablar acerca de sus experiencias… No obstante, encontraron menos doloroso revivir sus recuerdos a través de dibujos que a través de las palabras”.
El primer trabajo que he seleccionado se corresponde con la escena que ilustra el artículo. Pertenece a una pintura con acuarelas que realizó Mac Anyat, un chico de 17 años, que había huido de su país, Sudán del Sur, hacia el país de vecino de Kenia. Tras sufrir numerosas penalidades, puesto que las fuerzas sudanesas les perseguían disparándoles a matar, llegó extenuado al campamento de Kakuma. Este es el extracto de su relato que acompaña al dibujo que realizó:
“Fue terrible. La gente estaba gritando y chillando: ¡Corre, nada, huye, huye! ¿Dónde estaba mi amigo? El río se lo llevó. Nadie era amigo de nadie. ¿Cómo puedes ser amigo de alguien cuando hay gente que te está disparando? La corriente del río era rápida y tienes que meterte dentro de ella. El bang-bang y el fuerte ruido enloquecieron mi mente y no recuerdo quién estaba allí, quién murió y qué sucedió”.
También de Sudán del Sur, país que se independizó de Sudán en el año 2011, es David Kumcieng. A los dos años de la independencia, hubo un intento de golpe de Estado, lo que condujo a una guerra civil entre las distintas etnias que todavía continúa. David tuvo que huir con su familia, atravesando la frontera de Sudán del Sur con Kenia, para llegar también al campo de refugiados keniata de Kakuma. El hambre y la muerte siempre se encuentran presentes en sus terribles experiencias. David lo expresa a través del siguiente comentario:
“Queríamos correr porque nos perseguían, pero teníamos que andar ya que estábamos cansados. Hacía mucho calor y estábamos hambrientos. En mi dibujo la gente está vestida, pero, por supuesto, no teníamos nada de ropa. Veíamos a la gente morir y a los buitres que se acercaban. Eran siempre los jóvenes los que tenían hambre y también los más mayores”.
Como veremos en esta selección de láminas, cada uno de los autores elige de manera libre aquella escena que cree que expresa con mayor claridad el drama que sufren. Es lo que hace Liban Ahmed Habib, un niño etíope de solo 10 años que se encontraba en el campamento de refugiados de Ifo de Somalia.
Dada su corta edad, el comentario que realizó de los tres personajes que se topan con la alambrada fue muy breve: “Lo que he pintado son ancianos somalíes que están esperando fuera del colegio del campamento y que me dicen: pinta esto; no digas esto, ni pintes esto”. Es decir, le indican lo que debe o no decir, puesto que dada la espontaneidad de los niños temen que cuente algo que les comprometa. El miedo, como veremos, no desaparece ni siquiera en los campos de refugiados en los que se encuentran.
Una imagen que se nos ha hecho familiar es la de las pequeñas barcazas atiborradas de gente que, tras pagar una cantidad a las mafias que trafican con el sufrimiento humano, intentan atravesar las aguas del Mediterráneo para llegar a las costas andaluzas, de Italia o de las islas griegas. También en el propio África se producen esas travesías en pequeños barcos. Esto es lo que ha plasmado Said Abdi Said, un chico de 14 años que, procedente de Somalia, se encontraba en el campamento de Dagahaley de Kenia.
“Viví en Kismayo hasta que el enfrentamiento se recrudeció. Entonces dejé a mi madre, a mis hermanos y hermanas. Tuvimos que pagar para ir en este barco con mucha, mucha gente. Por la noche el viento nos helaba y durante el día el sol nos quemaba. Debería haber sido divertido, pero los ancianos estaban enfermos y nosotros dejando nuestro hogar atrás. ¡Por un día, vale, pero dos semanas…!”.
Los niños suelen ser la parte más frágil de la población que vive en los campos de refugiados, por lo que el miedo y la inseguridad les acompañan de manera constante. Esto lo expresa muy bien Binti Aden Denle, un niño etíope que se encontraba en el campo de refugiados de Ifo cuando se prestó a realizar un dibujo para Sybella Wilkes. El comentario que realizó fue el siguiente:
“Durante toda la noche esperamos en las tiendas de campaña hasta que lleguara el día. Este sitio es muy peligroso, puesto que los bandidos nos atacan por la noche. En este dibujo que he hecho muestro las caras asustadas de los niños en nuestro campamento”.
El recuerdo de sus pueblos y de sus vidas antes de encontrarse en un campo de refugiados es algo que está muy presente en la vida de niños y niñas que han tenido que huir por guerras y conflictos étnicos. Es lo que manifiesta Liban Ahmed Habib, el mismo autor del tercero de los dibujos presentados:
“No me preguntes por qué soy un refugiado. Antes de vivir aquí, vivíamos con nuestros camellos. Ahora estamos sin nada en un campamento de refugiados. Espero que volvamos a casa pronto. Eso es todo. Pregunte a los mayores el porqué, ya que yo no lo sé explicar”.
Cerramos este breve recorrido por la vida de los refugiados de distintos países africanos a través de los dibujos realizados por los niños con uno de David Deng Aleu, un muchacho sudanés de 16 años, que eligió como tema el momento del reparto de la comida que se lleva a cabo por medio de aviones. El comentario fue el siguiente:
“Todo el mundo es feliz cuando llega el reparto de la comida. Entonces yo observo a la gente. Así, muestro a un niño pequeño que ayuda a una mujer ciega. También a la gente que salta para coger la comida que cae de los aviones”.
***
Con este artículo he pretendido dos cosas: por un lado, exponer la importancia que tienen los dibujos cuando niños y adolescentes tienen que explicar situaciones traumáticas y se niegan a hablar, por lo que los lápices o pinturas les sirven de medios como medios para dar salida a esas heridas del alma que les abruman.
Por otro lado, informar del error en el que estamos inmersos cuando creemos que quienes huyen de sus países de vienen a la rica Europa. Tal como he apuntado, los datos de ACNUR son elocuentes: hay 68,5 millones de refugiados, de los que el 85% de ellos viven en países tan pobres como los suyos de los que salieron huyendo.
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