Por AURELIANO SÁINZ
En ocasiones nos llegan noticias que nos hielan el corazón. Son esas informaciones un tanto fugaces que aparecen en nuestra cultura de los medios de comunicación y que la mayor parte de los lectores u oyentes pronto dejan de lado, ya que son enterradas por otras que acaban supliéndolas.
Pero hay una reciente que no se me olvida, dado que se ha instalado en mi mente y, de vez en cuando, reaparece para darle vueltas. Es uno de esos casos te provocan una enorme tristeza, puesto que no acabas de asumir que una chica todavía adolescente renuncie a vivir porque las heridas que le han dejado en su alma y en su cuerpo no las puede soportar más tiempo.
Se trata, como algunos recordarán, de Noa Pothoven, una chica holandesa que tenía 17 años cuando decide que no puede más, que el dolor que le dejaron los abusos sexuales sufridos a los 11 y 12 años y una posterior violación a los 14 años le habían conducido a un sufrimiento psíquico insoportable.
En su cuenta de Instagram dejó escrito: “Seré directa: en el plazo de 10 días habré muerto. Estoy exhausta tras años de lucha y he dejado de comer y de beber. Después de muchas discusiones y análisis de mi situación, se ha decidido dejarme ir porque mi dolor es insoportable”.
Había pasado por la anorexia y estuvo internada durante seis meses a la fuerza, hechos que agravaron su situación y las tendencias suicidas.
Nora tenía como apoyo a sus padres, a un hermano y a una hermana que intentaban por todos los medios ayudarla. No pudieron. Ni siquiera el libro Ganar o aprender (Winnen of leren) que le valió el reconocimiento de dos premios literarios lograron sacarla de ese fondo de tormento, soledad y angustia en el que se encontraba.
Decidió despedirse de esta vida que había sido tan cruel con ella no comiendo ni bebiendo. Durísimo final de una chica que debería estar gozando como todas las chicas de su edad cargada de ilusiones y del entusiasmo juvenil que corresponde a estas edades.
Pero el machismo más cruel se cruzó por su camino para abusar de su cuerpo y destrozar su alma. Ese machismo que parece resistirse a desaparecer, ya que viniendo desde tiempo inmemoriales se instala y se reproduce en nauseabundos personajes que, de forma solitaria o en manadas, exhiben sus miserias y sus impotencias cargando sus frustraciones sexuales y sus deseos de dominio sobre quienes son más débiles o están en situaciones de inferioridad.
Y al hablar de tiempos inmemoriales no lo estoy haciendo de forma metafórica. Cuando leí el caso de Noa, a la mente me vino uno paralelo, pero de cuatro siglos más atrás. Se trataba de la gran pintora Artemisia Gentileschi que también sufrió una violación siendo adolescente como Noa, ya que tenía 15 años cuando fue violada por parte de quien tenía que ser su mentor en el campo de la pintura.
Si tenemos en cuenta que Artemisia había nacido en Roma en el año 1593, nos podemos imaginar las enormes dificultades que debió atravesar para dar a conocer, por aquella época, que había sido objeto de una violación. Pero tuvo el coraje de hacerlo y la valentía de sobrevivir a las torturas posteriores.
Quizás los temas que abordó en su pintura le sirvieron como atenuante a sus imposibles deseos de venganza y, así, no caminar por la vida arrastrando el dolor, la ira y la impotencia ante la agresión y las torturas posteriores que había sufrido. Y si hay un cuadro que ejemplifica la rabia que acumulaba en su interior es el titulado Judith decapitando a Holofernes, el mismo que me ha servido de portada para este artículo.
Pero antes de analizar esta obra, y explicar su significado desde la perspectiva actual, conviene que conozcamos algo de la vida de una pintora que, sorprendentemente, es de los pocos personajes femeninos reconocidos dentro de la historia de las artes plásticas, al menos hasta que se llega al siglo veinte, en el que sí aparecen algunos nombres femeninos.
Comienzo apuntando que Artemisia Gentileschi (1597-1651) fue hija del artista romano Orazio Gentileschi, uno de los destacados seguidores de Caravaggio, con quien mantenía una estrecha relación de amistad.
Muy temprano muestra una capacidad excepcional para la pintura, de modo que de sus años de juventud procede su obra titulada Susana y los viejos, escena tomada de un relato bíblico, en la que se aprecia la lascivia de dos ancianos que susurran entre ellos al contemplar el bello cuerpo desnudo de la mujer, levemente tapado por un paño. En la obra, despliega un enorme talento creativo, tanto que muchos críticos sospechan, sin fundamento, que fue ayudada por su padre para finalizarla.
Puesto que Artemisia destacaba entre sus hermanos en el campo de la pintura, su padre termina admitiéndola en su taller para que desarrollara su gran creatividad. Conviene apuntar que por entonces era inconcebible que una mujer se dedicara a las artes plásticas; sin embargo, encontró un firme apoyo en la figura paterna para el desarrollo de sus dotes pictóricas.
Teniendo en cuenta que el acceso a las academias profesionales estaba reservado para un mundo exclusivamente masculino, su padre le puso a Agostino Tassi como preceptor privado, dado que este pintor estaba trabajando con él en la decoración del Casino de la Rosa de uno de los palacios de Roma.
Pero lo que no podía prever el padre de Artemisia es que su preceptor violara a su hija en 1612, cuando ella contaba solo quince años. Este hecho fue conocido y llevado al tribunal papal. Agostino Tassi entonces prometió casarse con Artemisia, pero pronto se comprobaría que ya estaba casado. Además, se averiguó que Tassi había planeado matar a su esposa; que había cometido incesto con su cuñada; que había intentado robar pinturas de Orazio Gentileschi…
A lo largo del proceso, Artemisia fue expuesta a pruebas crueles para comprobarse que decía la verdad: se la sometió a un humillante examen ginecológico y se la torturó con un instrumento con el que se apretaba progresivamente unas cuerdas colocadas en torno a sus dedos hasta que el dolor se le hacía insoportable. Con ello se consideraba que si decía lo mismo bajo tortura era que la historia que contaba debía ser cierta.
Un mes después de acabar el juicio, y condenado Agostino Tassi, Artemisia se casa con el modesto pintor florentino Pietro Antonio Stiattesi, en un matrimonio apañado por su padre para restituirle el estatus de honorabilidad que había perdido al ser violada.
Tras lo expuesto, podemos entender que el odio que acumuló Artemisia tuviera que ser, de un modo u otro, plasmado en algunos de sus lienzos. Y la salida a este profundo odio lo encontró en un tema que aparece narrado en la Biblia: la decapitación de Holofernes por la bella Judith.
En uno de los textos bíblicos se cuenta la historia en la que el pueblo judío que habitaba la ciudad de Bethulia fue cercado por el ejército asirio mandado por el general Holofernes (aunque los historiadores apuntan que tendría que ser el ejército babilónico), buscando la rendición de la población al habérsele cortado el suministro de agua.
Judith, una viuda de gran belleza, acude con su sirvienta al campamento del general, haciéndole creer que se encontraba de parte de las tropas que cercaban Bethulia e indicando que el pueblo judío estaba siendo castigado por alejarse de las leyes de Dios.
Una vez que se gana la confianza de las tropas, logra acceder a Holofernes, al que seduce tras varias charlas mantenidas. Este, prendado de la belleza de Judith, una noche le invitó a su tienda a cenar. Cuando se dio cuenta que el general había bebido suficientemente para emborracharse y caer dormido bajo los efectos del alcohol, Judith, ayudada por su acompañante, le cortó la cabeza al general logrando llevarla a la ciudad judía sitiada.
Este relato le sirve a Artemisia para pintar, en 1618, el cuadro que lleva por título Judith y su doncella. Magnífico lienzo en el que ambas mujeres aparecen en plano tres cuartos: Judith de perfil, blandiendo la espada apoyada sobre su hombro, mira hacia su izquierda y la doncella, de espaldas al espectador, sostiene con ambas manos una canasta que contiene la cabeza de Holofernes.
Pero antes de terminar este gran lienzo, en 1612, había comenzado la obra que la tuvo ocupada a lo largo de varios años, plasmando su odio y sus deseos de venganza, aunque fuera de manera simbólica. Se trataba de Judith decapitando a Holofernes, su cuadro más conocido, el mismo que puede admirarse en el Museo de Capodimonte de Nápoles.
Como si fuera un animal al que se le secciona la cabeza, salen chorros de su cuello salpicando sangre por todos lados y alcanzando a la autora del magnicidio. Esta, ayudada por su doncella, muestra en su rostro un enorme cúmulo de desprecio, odio y repugnancia hacia el personaje que, desnudo y cubierto solo por las sábanas, se despierta sintiendo cómo la espada le está segando el cuello.
Para reforzar el espanto que provoca la escena, Artemisia sigue la técnica que por aquellos años había impuesto Caravaggio, el maestro italiano del claroscuro y que tantos seguidores tuvo. En este caso, el foco de luz, que nace en el lado izquierdo, ilumina a los tres personajes, aunque la parte más clareada del cuadro es precisamente el centro de la escena en el que se encuentra ubicada la cabeza y el brazo izquierdo de Holofernes.
***
Para cerrar, y tal como he apuntado, han transcurrido cuatro siglos para el lienzo que considero provoca más espanto en el espectador que lo contempla. Y sería la mano de una mujer, la de Artemisia Gentileschi, la que, en una obra maestra de la pintura, volcara en ella toda su rabia, dolor y deseos de venganza tanto por la violación, como por el cruel juicio al que fue sometida, así como el humillante matrimonio que le fue impuesto para que ella, ¡como víctima!, lavara la vergüenza de haber sido violada.
Hoy, cuatro siglos después, una adolescente holandesa, como Artemisia, decide que no puede seguir viviendo porque la angustia permanente producto de los abusos y la violación sufrida no se separan ningún momento de su mente. De nada le sirvieron todos los recursos buscados, pues algunos de ellos incluso la hundían todavía más en ese pozo negro de soledad y sufrimiento en el que se encontraba.
Y es que el machismo, esa lacra inserta en lo más profundo de la sociedad, lamentablemente se niega a desaparecer, por lo que es necesario hacerle frente sin paliativos, sin reservas y sin justificaciones. Esto último, sin duda, nos compete a todos.
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