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El Síndrome de Diógenes

Por AURELIANO SÁINZ

Todos sabemos que Atenas fue la cuna de la democracia. Algo verdaderamente insólito por aquella época, dado que las naciones o los imperios conocidos por entonces estaban gobernados por reyes o emperadores déspotas o tiranos, cuyas crueldades nos asombran en la actualidad.

También que en la antigua Grecia surgen lo que actualmente llamamos filósofos, que, organizados en distintas escuelas de pensamiento, trataban de entender, a partir de la razón, el significado de la realidad en la que se encontraban insertos, al tiempo que buscaban el sentido de la vida o cómo vivir acorde con la naturaleza humana.

Era, pues, una búsqueda al margen de los dioses y los relatos mitológicos, tan complejos y tan abundantes, cuyas lecturas hoy las entendemos como verdaderas fábulas cargadas de una imaginación desbordante.

Dentro de las distintas escuelas filosóficas hay una sobre la que ahora quisiera hablar. Se trata de la que formaban aquellos desencantados de la sociedad y del ser humano. Era la que formaban los cínicos (término que ha llegado a nosotros con un significado algo diferente). De ellos, tenemos especial referencia de Diógenes de Sinope, por el singular modo de vida que llevó a cabo.

Sobre Diógenes, el filósofo francés Michel Onfray, en su obra Las sabidurías de la antigüedad, nos dice lo siguiente:

Más tarde, Diógenes –conocido como “el Perro Regio”- efectúa variaciones parecidas sobre el mismo tema. De allí la anécdota del filósofo con su linterna que tanto ha contribuido -¡en contra!- a la reputación del cínico. Con el pelo largo y un bastón en la mano, una capa doble que le envuelve el cuerpo vagamente hediondo, sin alejarse del tonel –o más bien ánfora, que el tonel es un invento galo…- en el que pasa todas las noches, Diógenes camina a plena luz del día por las calles de Atenas con una linterna en el extremo del brazo, que hace girar y apunta hacia los viandantes mientras explica que busca a un hombre…”.

Tomando como referencia los relatos que traspasaron los tiempos, el artista francés Jean-León Gerôme (1824-1904), cuyas obras se inscriben dentro de los temas históricos y mitológicos con un alto nivel de realismo, estilo tan querido por la Academia francesa, nos muestra a Diógenes en su tonel, con la linterna y acompañado de sus amigos: cuatro perros.

Cualquiera puede hacerse la idea de los desconcertados semblantes de sus compatriotas, que se ríen y se burlan de él porque no entienden que el filósofo, que ha renunciado a todo, lo que busca con su lámpara encendida en pleno día es un hombre de verdad, un hombre digno de merecer esta denominación. De ahí que la escuela cínica sea una filosofía del desencanto, de la renuncia, del alejarse de las convenciones sociales, al entender que los hombres están llenos de vanidades y mentiras que les hacen aparentar lo que no son.

Otra de las anécdotas relacionadas con Diógenes de Sinope es aquella en la que el rey macedonio Alejandro Magno, cuyo mayor deseo era la construcción de gran un imperio, quiso conocerlo y hablar con él, asombrado de que hubiera una escuela filosófica que predicaba la renuncia a todo deseo de poder.

Así, una vez que lo localiza, y sorprendido de su modo de vida, le pregunta que puede él ofrecerle. A este ofrecimiento del rey, Diógenes le responde que lo que desea es que se separe un poco pues le está tapando la luz y el calor del sol.

Esta segunda anécdota de renuncia a todo deseo de bienestar y de poder también ha sido motivo para que otros pintores de corte historicista realizaran algunos lienzos sobre la figura del filósofo junto a Alejandro Magno.

Saltando siglos hacia adelante, en la actualidad podemos encontrar una patología que lleva su nombre: el Síndrome de Diógenes. Como bien sabemos, esta patología afecta, por lo general, a personas de edad avanzada que acaban en un abandono y aislamiento personal y social, de modo que en la casa en la que viven acumulan grandes cantidades de basura y de restos orgánicos.

Estos casos suelen conocerse cuando finalizan en alguna tragedia, como el fallecimiento en soledad de la propia persona, un prendimiento de fuego de la vivienda o porque los vecinos han dado la voz de alarma ante los malos olores que desprende la basura acumulada.

A estas alturas del escrito, más de uno se estará haciendo la siguiente pregunta: ¿A cuento de qué traigo yo ahora la vida de un filósofo griego y al síndrome que ha dado nombre a su modo de vida? ¿No nos estaremos enredando inútilmente?

Bueno, intentaré explicarme. La verdad es que Diógenes y su síndrome me vinieron a la cabeza cuando leí en Azagala digital que Víctor Píriz, diputado por el Partido Popular, se había propuesto recabar información a los distintos organismos públicos en los que él tiene representación con el fin de “desmadejar la red clientelar del Ayuntamiento de Alburquerque”.

Es decir (y esto es una interpretación personal), llegar a saber si ha habido una acumulación de “basura” tras los muchos años en los que el Consistorio ha estado presidido por una persona que consideraba que aquello era algo así como su propio cortijo, por lo que lo podía gobernar a su antojo.

Ciertamente, esta “basura” a la que aludo, caso de existir, sería de otra índole: posiblemente no provocara malos olores a las pituitarias nasales de los que se movían por sus entornos, pero su toxicidad podría ser mucho peor, puesto que afectaría a toda una comunidad que asistía atónita a los tejemanejes de quien tenía la máxima responsabilidad en los asuntos públicos.

Y es que más de uno no acababa de entender que algunos consideren como fincas particulares a determinadas instituciones a las que han accedido para algún cargo y en las que creen que pueden hacer y deshacer a su gusto, ocultando, tergiversando, desviando, trasvasando, sin rendir cuentas y sin que se ejerza un control de transparencia de sus actuaciones.

Esto lo digo como profesor universitario que ha trabajado en una institución pública durante más de cuatro décadas. La experiencia que tengo de la Universidad española, con sus luces y sus sombras, es que mayoritariamente hay un estricto control de los bienes y gastos. De este modo, por ejemplo, siempre que he ido a algún congreso o a un tribunal de tesis doctoral, para recibir las ayudas pertinentes había que presentar un cúmulo de documentación sin la cual no las recibías. (Bien es cierto que hay un enorme ‘garbanzo negro’: la Universidad Rey Juan Carlos, cuyas increíbles componendas han salido a la luz pública, escandalizando a todo el país.)

Por otro lado, una vez que me he jubilado, y aunque permaneciera en mi despacho para desarrollar la labor de profesor honorario, tengo que indicar que se llevó a cabo una revisión exhaustiva de todo el material perteneciente a la Universidad de Córdoba, comprobándose que allí no faltaba nada.

Para acabar esta incursión por el Síndrome de Diógenes que he comenzado remontándome muchos siglos atrás, personalmente quisiera felicitar a Víctor Píriz, pues está llevando a cabo una actuación ejemplar como cargo político para el que ha sido elegido, es decir, trabajando responsablemente para la ciudadanía que lo ha nombrado para tal función.

Como colofón, y antes de cerrar, hay una pregunta en el aire que puede asaltarnos: “¿Y si finalmente el Consistorio y los otros organismos ‘están limpios como una patena’, dado que se ha seguido un estricto cumplimiento de la ley?”. Pues, entonces, magnífico. De este modo sabremos que allí no había estado acumulando basura ningún discípulo de Diógenes de Sinope, sino una persona de una pulcritud exquisita que había proporcionado toda la información sin ocultar nada.

Aunque sobre esto último los miembros de Adepa no estamos tan seguros, pues todavía no se nos ha respondido a la solicitud registrada a principios de abril en la que pedíamos acceder al proyecto de reforma del paseo de Las Laderas… Proyecto que, por cierto, ya sabemos que no existe.

 

 

 

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