Por AURELIANO SÁINZ
Dentro de un mes se cumplen cuatro años del fallecimiento de un gran amigo, Antonio Carpio, que durante doce años fue alcalde de Montilla, localidad en la que residí durante un período de mi vida. Me sorprende que haya transcurrido tanto tiempo, pues el recuerdo de este buen amigo permanece en mi memoria como si todavía pudiera llamarle para que continuáramos con alguna de aquellas tranquilas charlas que de vez en cuando manteníamos.
En cierto modo, Antonio y yo teníamos unas ideas y gustos parecidos, aunque él era mucho más apacible, más cordial, más paciente y, también, algo más tímido de lo que yo suelo ser.
Pero antes de hacer una breve semblanza de su persona y de su trayectoria, quisiera apuntar que no soy de los que poseen una visión negativa de los políticos, a los que, con poco fundamento, se les suele echar toda la culpa de todos los males que padecemos los ciudadanos.
La democracia en la que ahora vivimos implica que existan partidos políticos que se organizan según unos postulados y unas ideologías que representan, con mayor o menor respaldo, el amplio abanico de las ideas sociales de la población. Por otro lado, estoy convencido que la mayoría de los cargos públicos ejerce su función con dignidad y responsabilidad, aunque, lamentablemente, haya casos que quedan seducidos por el poder y los beneficios personales que se pueden derivar del mismo.
Indico lo anterior porque entiendo que el desempeño de un cargo público se puede hacer de distintos modos. Y uno de ellos se lleva adelante con la convicción de que se ha sido elegido para representar, gestionar y rendir cuentas a los ciudadanos con transparencia, sin autoritarismos, y sin caer en la tentación de buscar, por encima de todo, el beneficio personal y el deseo de perpetuarse en el cargo, riesgos que siempre están presentes.
Este fue el planteamiento que este amigo defendió siempre con clara convicción, por lo que se granjeó el respeto y el cariño de los vecinos de Montilla, no solo durante el tiempo que ejerció como alcalde, sino antes de lograrlo y también cuando volvió a su trabajo fuera de la Corporación municipal.
De Antonio Carpio diré que fue hijo de campesinos. Solo pudo realizar los estudios hasta el bachillerato, pues pronto, por necesidades familiares, tuvo que ponerse a trabajar. Cuando yo lo conocí lo hacía como auxiliar en una farmacia de Montilla, junto con otro compañero que llevaba su mismo nombre.
En cierto momento, el dueño de la farmacia les planteó que tendría que prescindir de uno de ellos, pues los beneficios no daban para tener empleados a ambos. A pesar de que Antonio fue contratado antes, renunció a favor de su compañero, ya que este tenía una discapacidad, lo que le hacía más difícil encontrar otro trabajo. Esta fue una de las manifestaciones que explicaba la generosidad de su carácter.
Amante de la lectura y del estudio, se preparó para las oposiciones a cartero, que acabó sacándolas. Con su mujer, Sole, y sus dos hijos pequeños se traslada a Madrid, destino poco deseado en esta profesión, pues las grandes ciudades no son las más apetecibles para este cometido.
En Madrid trabajó varios años como cartero. Por entonces, se matriculó en Derecho en la Universidad Española a Distancia (UNED). Con toda la tenacidad, ya que su trabajo como cartero y las responsabilidades familiares eran prioritarias, logró acabar la licenciatura estudiando por las noches y los fines de semana.
Pasado el tiempo, logró que lo trasladaran a Montilla. Regresó, pues, con su familia a su pueblo. Allí sus compañeros de Izquierda Unida le animaron, o casi le presionaron, para que encabezara la lista en las elecciones municipales, dado que conocían el gran aprecio que se le profesaba. Logró mayoría absoluta en las dos ocasiones seguidas que se presentó.
Puesto que consideraba que uno debe estar un tiempo limitado en un cargo electo, cuando se acercaba el final de su segundo mandato planteó a su grupo que ahí acababa su tiempo. La fuerte insistencia le empujó a un tercer mandato; pero tenía totalmente claro que esa sería la última vez.
Así fue. Acabado su tercer mandato volvió al bufete en el que estaba contratado como abogado laboralista, con el mismo sueldo, pues en su cargo de alcalde planteó que se le asignara la misma cantidad que en su trabajo; no aceptaba recibir un euro más.
Me alargaría mucho en explicar el modo que tuvo de impulsar el desarrollo de su pueblo, así como la forma cordial y respetuosa de trato a los otros grupos municipales o la atención que prestaba a los vecinos en la calle cuando se paraba a charlar con ellos y escuchar sus problemas.
Como observación personal, debo indicar que en Montilla tengo muchos y buenos amigos, y, por las conversaciones con ellos, puedo afirmar que el ambiente es bastante cordial, alejado de las fuertes tensiones que se han desarrollado en otros municipios. Por otro lado, la Corporación municipal ha estado presidida, desde la entrada en la democracia, por Izquierda Unida, el Partido Socialista y el Partido Popular, en este orden según amplitud de tiempo y sin que con los cambios se introdujeran tensiones ni rupturas de la convivencia.
En mis encuentros con Antonio, le solía hablar de Alburquerque y de Extremadura, al tiempo que regularmente le pasaba la revista Azagala para que conociera los acontecimientos de mi tierra. Es por lo que en la portada de este escrito aparece en su casa con la revista en las manos, pues en cierta ocasión le entrevisté para que explicara su experiencia como alcalde, entrevista que posteriormente saldría publicada en la revista.
Pasaron los años y Antonio, tras su paso por la alcaldía, siguió la actividad política en un segundo plano, sin hacer ninguna sombra a las nuevas generaciones que eran las que ahora tenían que llevar el protagonismo. Solíamos vernos en Montilla o en Córdoba, y con toda tranquilidad charlábamos de nosotros, de nuestras vidas, de los cambios sociales y, últimamente, de sus intentos de estudiar Psicología… Tiempo después, comprendí que esos intentos estaban muy ligados al deseo de comprender una enfermedad que asomaba en su cerebro.
En la mañana del sábado, 20 de junio de 2015, recibo la triste noticia de que mi amigo había fallecido. Con la dura pena a cuestas, me dispongo a desplazarme a su pueblo. Pero antes de salir recibo una llamada del director de Montilla Digital pidiéndome un favor: le gustaría que al día siguiente saliera un artículo firmado por mí y que estuviera dedicado a su memoria.
Entiendo esta prioridad, por lo que renuncio a acompañarle presencialmente para hacerlo con mi mente y mi corazón centrados en él. De este modo me encierro en mi estudio para escribirle una larga carta que acabó llevando el título A mi amigo Antonio Carpio. Sería uno de los artículos que mayor número de lectores he tenido en todos los años que llevo publicando en la red de diarios digitales de Andalucía.
Y ahora, para que también los lectores de Azagala digital tengan un cierto conocimiento de lo que escribí al entrañable amigo que había perdido, presento un extracto con el principio y el final de la carta, como si todavía pudiera escucharme.
Querido Antonio:
Ahora que te has ido, te escribo envuelto en una mezcla de pena, dolor e incredulidad por tu ausencia. Esa ausencia que se convierte en despedida definitiva de todos los tuyos, de todos los amigos que te hemos querido, de todos los que te han admirado, de todos los que te vieron desde pequeño por las calles de tu amado pueblo hasta llegar a ser el alcalde ejemplar durante doce años.
Y la verdad, comienzo estas líneas en la tarde del sábado sin saber si lo que expresaré en ellas son ajustadas a este momento, pues son cientos de hombres y mujeres de Montilla los que quieren despedirse de ti, ya que estoy seguro de que todos guardan en un rincón de sus corazones un trozo de sus vidas que, de algún modo u otro, compartieron contigo. Recuerdos que, a buen seguro, son evocaciones de una persona afable, cordial, honesta y entregada a los demás que dejas en el camino que has labrado a lo largo de tus años.
Un pequeño trozo de tu vida que también la compartiste conmigo, como amigo al que siempre he querido y que, por encima de todo, he admirado.
(…) Hoy por la mañana, he recibo la noticia de tu última despedida. Sé que muchos quieren hacerlo de ti. También yo quería hacerlo, quería sumarme a tantos y tantos amigos como has hecho a lo largo de los años.
Pero me asaltó una duda, ya que, como bien sabes, suelo enviar los artículos que publico los domingos en Montilla Digital con varios días de antelación, por lo que el último ya estaba en la redacción.
Me ha parecido mejor, en esta tarde de sábado, encerrarme para escribirte esta carta de despedida y decirte que siempre vivirás en nuestro corazón, que has dejado una huella imborrable y que tu vida es motivo de orgullo para toda tu familia y para todos tus compañeros y compañeras que siguen tu lucha y que te recordarán como la buena persona y el ejemplar alcalde que has sido.
Adiós, amigo Antonio, siempre te recordaré.
Al año siguiente de su fallecimiento, a propuesta del grupo de Izquierda Unida, y presidiendo la corporación Rafael Llamas, miembro del Partido Socialista y arquitecto como yo, se aprobó por unanimidad de toda la Corporación municipal que el nuevo Centro cultural recién terminado llevara el nombre de “Alcalde Antonio Carpio”.
Fue el reconocimiento agradecido de todo un pueblo hacia una persona que dejó una profunda huella en la vida y en la memoria de una comunidad; una de esas huellas que, como dijo el poeta, son las que marcan el camino que, paso a paso, cada uno de nosotros como caminantes vamos labrando hasta que nos llega la hora del silencio.
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