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Llanto por la muerte del paseo de Las Laderas

Por AURELIANO SÁINZ

Lágrimas negras recorren hoy los corazones de muchos hombres y mujeres que aman a su pueblo. De los que residen en la villa y de los que se encuentran fuera de ella.

Lágrimas negras que no comprenden el crimen que se ha cometido, la sinrazón que ha conducido a tamaña locura, los deseos de venganza que anidan en la mente de quien ha ordenado ejecutar, uno a uno, los eucaliptos que marcaban el recorrido de un paseo legendario, que, junto al Castillo de Luna, era el orgullo y la pasión de los hijos e hijas de Alburquerque.

Lágrimas negras. Sí.

Lágrimas negras similares a las que Federico García Lorca derrama en su “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías”. Desconsolado poema que todos, en alguna ocasión, hemos escuchado.

Bien es cierto que los eucaliptos, nuestros amados eucaliptos, no murieron todos a las cinco de la tarde, sino que sus agonías se han asemejado más a la crónica de una muerte anunciada. Y, a pesar de ello, sus muertes no han sido menos dolorosas.

Lágrimas negras. Sí.

Lágrimas negras similares a las que derrama esa madre que sostiene a su hijo muerto y que, como la hembra que ha perdido a su cría, aúlla de dolor. La misma madre que, apareciendo en El Guernica de Pablo Picasso, fue inmortalizada en el lienzo más conocido del pintor malagueño.

Y también lágrimas negras como las que derramaban mis amigas Carmen Santonja y Gloria van Aerssen, que formaron el dúo Vainica Doble, y que como grito de dolor cantaban cuando veían cómo su querido Coto de Doñana era abandonado a su suerte.

Aún hoy es posible escucharlas en aquel lamento sonoro en el que decían: “Ay, ay, ay… asesino vete ya, que mi Coto no quié contigo na”. Y es que, como Carmen y Gloria clamaban, a los hijos de la madre naturaleza también se les asesina impunemente.

Lágrimas negras. Sí.

Porque, en estos días, quienes amamos nuestro pueblo hemos visto volar la mano asesina que, sin juicio previo, sentenció a muerte el paseo de Las Laderas.

¿Locura? ¿Delirios de grandeza? ¿Deseos de venganza ante la acumulación de tantos fracasos? Nunca llegaremos a saber las últimas razones en la mente de quien mandó esos derribos.

Sin embargo, cuando miremos las muchas fotografías que tenemos guardadas de nuestro inolvidable paseo, los recuerdos se empañarán. ¡Nunca volverán a asomar aquellos días felices que vivimos en cualquiera de sus rincones! ¡Nunca más volveremos a ver esos bellos amaneceres protegidos por sus fuertes troncos! ¡Nunca más caminaremos por la senda que gozosamente recorrieron nuestros padres y abuelos! ¡Nunca más oiremos las voces alegres y risueñas de los niños corriendo a lo largo de su trayecto!

Lágrimas negras y amargas. Sí.

Y muy amargas, puesto que, hoy, quienes amamos Alburquerque vestimos de luto. Un luto interno en el que se mezclan el dolor, la rabia y la impotencia porque con esos grandes, hermosos y centenarios árboles no se ha tenido la más mínima piedad.

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Portada: Imagen del paseo antes de la masacre. /FOTO SERGIO POCOSTALES

 

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