Aunque las personas que participan directamente en los actos del Festival Medieval se cuentan por cientos, los que se visten con ropajes típicos del medievo son miles a lo largo de los tres días de representaciones, especialmente el sábado. Todos convierten las laderas norte y sur del castillo de Luna y el casco histórico en un gigantesco museo viviente lleno de personajes que convierten Alburquerque en la villa fascinante que debió ser hace más de 500 años. Eso se refleja en actos como el pregón, muy esperado esta edición al recuperar actores y textos que vimos en las obras de teatro El águila blanca y Cuello de garza, a nuestro juicio la gran pérdida de estos 25 años, la boda y las danzas los saltimbanquis, o el pasacalle.
Pero no todo era luz y alegría en el Medievo, también hay sombras y muerte acechando en cada esquina. La danza de la muerte y el aquelarre muestran claramente ese otro mundo oscuro.
Luego hay actos que mezclan la tragedia y la diversión, dependiendo del lugar en la jerarquizada sociedad medieval que ocupe cada personaje. Así, el teatro de calle, el museo del interior de la fortaleza y las justas medievales sirven para que unos disfruten y otros sufran.
Pero sin duda, una de las cosas que más atraen al visitante son las muestras de teatro de calle que, aunque no con tantos personajes como hace unos años, aún tienen lugar en el barrio conocido como de la Teta Negra. Allí los visitantes serán asaltados por pícaros ladronzuelos, avergonzados por los descarados ofrecimientos de mancebas exquisitas, sorprendidos por los romances de ciegos agoreros, deleitados por las canciones de románticos trovadores, escandalizados por los improperios de arrabaleras…
En el próximo número impreso de AZAGALA, el 101, tendremos ocasión de analizar, como cada año, con nuestros reportajes y nuestras opiniones y el de las cartas que recibimos de espectadores, el parecer de esta edición número 25 de la gran fiesta alburquerqueña.
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FOTO: Aspecto del castillo preparado para esta edición del Medieval. AZAGALA.
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