Acaban de cumplirse 5 años del fallecimiento de Javier Leoni y, por ello, queremos recuperar uno de los reportajes que publicamos tras su muerte en la edición impresa de AZAGALA. El siguiente artículo, titulado, Más grande que la vida, lo firmó Francisco José Negrete.
“Tiempo habrá de recordar a Leoni, de echarle de menos en los escenarios o en los bares, de añorar sus personajes, grandiosos como él. En Javier Leoni todo eran excesos. Su peso, su forma de comer y disfrutar, pero también su cariño, su humildad, su entrega en la amistad… Y, por supuesto, en sus poses de actor, porque la mayoría de sus papeles requerían una sobreinterpretación. El último, el del padre Berengario, inolvidable ayudante del bibliotecario en “El nombre de la rosa”, le venía como anillo al dedo, porque es un personaje que no necesitaría palabras, y para comunicar sin pronunciar sonido alguno, el gran Leoni era un maestro.
Cuando nos veíamos en el bar Castillo o en Angarilla, o antes de una representación teatral, o dirigiendo a los niños en el Festival Medieval, me bastaba contemplar su mirada clavada en mis ojos para entender aquello que me estaba transmitiendo.
En el número de AZAGALA que se publicó tras el festival del 2012, él ocupaba la portada, con un gesto grandilocuente que abarcaba todo el castillo, todo el pueblo… Y ciertamente así era Leoni, un hombre que no nos abrazaba a todos a la vez porque nunca estábamos unidos, pero de estarlo, sus brazos daban para ello y aún le sobraría un trozo de cada uno.
Cuánto me hubiera gustado ser uno de sus alumnos. Leo a uno de ellos, Chicho Lara, y noto en pocas palabras cómo le quería, cómo se querían: “Cuánto duele Leoni”, dice, y eso es suficiente. Leo también a Alberto Resmella y su titular es esclarecedor: “Un aullido interminable” … Un llanto, el de sus discípulos, a quienes no les importaría escarbar en la tierra para encontrar a su maestro. Y encuentro también, en El País, un párrafo cierto donde se le tilda de irónico y poseedor de un sentido del humor desbordante que le llevaba a decir a los amigos íntimos, aquellos que le sugerían que adelgazase: “cuando me muera, ponedme como epitafio: ahora sí que me quedaré en los huesos”. Leoni era una persona profundamente vitalista, amante de ese flamenco pacense de la Plaza Alta, y aquí tuvimos el placer de conocer su faceta de gran conversador, y su costumbre de ser el último en irse a dormir, como hacía en todas las ferias de teatro de España.
Cuando arribó a Alburquerque, hace casi 15 años, nunca imaginé que iba a ser de lo mejor que le pasado a este pueblo en ese mismo periodo de tiempo. No pudo cambiarnos a los adultos, pero confío en que algunos de sus discípulos, niños cuando se pusieron en sus manos, sepan construir un pueblo mejor con los mimbres que Leoni les mostró.
Cuánto habría uno disfrutado de un banquete copioso con este gran actor, polemista sin remedio, este creador de sueños, pero las absurdas circunstancias impidieron que gozáramos de una amistad abierta. Hablamos muchas veces por teléfono, en los bares o en la calle, pero nunca tuve la ocasión de comer con él, sin freno ni prejuicios, de atacar con Leoni una sobremesa inacabable, como el aullido de quienes le amaron y nunca volverán a disfrutar como lo hicieron con su presencia. Javier Leoni, como un personaje más del teatro de la vida, fue digno de los mejores escenarios, de los estruendosos aplausos que nunca buscó para él, sino para los otros…
Leoni, “bigger than the life”, como Orson Welles, más grande que la vida. Siempre te quise, jodido genio teatral, aunque fuera en silencio. Como tú preferías”.
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FOTO 1: Leoni, en una de sus caracterizaciones para el Festival Medieval, con Lourdes Vadillo y Angelita Chaves. ARCHIVO AZAGALA
FOTO 2: Leoni, en otro de sus papeles, inconmensurable. ARCHIVO AZAGALA
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