Cuenta nuestro compañero Eugenio López Cano, presidente del Colectivo Cultural Tres Castillos, editor de esta revista, que “los manantiales de uso público fueron hasta época muy reciente elementos de primera necesidad. Los pozos y las fuentes concejiles de Alburquerque estuvieron prestando servicio diario a la comunidad hasta principios de 1970, en que se inició el abastecimiento de agua a la población”.
Continúa diciendo este investigador histórico que “ir a por agua era “privilegio” casi absoluto de las mujeres, a quienes desde temprana edad ya se las instruía para estos menesteres”. En su obra “Pozos, fuentes y pilares”, López Cano habla de todos y cada uno de estos manantiales de uso público, entre los que se cuenta la fuente de Regajales, una de las más emblemáticas, tanto que dio nombre a un grupo musical muy reconocido en nuestro pueblo y formado, entre otros, por Manolo Pocostales, Juan Refolio, Modesto Antona y Puri Casquero.
Hablamos precisamente de la fuente de Regajales, ubicada en un paraje que le da nombre y que era de una belleza singular hasta los años 80, en que se empezaron a construir corrales de bloques sin guardar unas mínimas normas de planeamiento. Además, el manantial quedó sin uso porque se montó un cebadero de cerdos en una parcela anexa y las filtraciones de los purines podrían contaminar las límpidas aguas de aquella fuentecita.
Con el cambio de gobierno municipal, en el año 95, cuando había una gran ilusión por hacer cosas sencillas, pero de mucho simbolismo popular, el ayuntamiento inició una campaña de recuperación de fuentes naturales e históricas del casco urbano y sus alrededores. Se limpió la fuente de la Dehesa, la de Elviravaca, la del Caño y el pozo de Alcántara.
La idea fue muy buena y se hizo con voluntarios y con la ayuda del parque de bomberos, pero se quedó en la actuación sobre esos cuatro manantiales citados. Desde entonces, no se ha vuelto a actuar sobre las fuentes y pozos del pueblo, y Regajales da mucha pena.
Hace algún tiempo, un alburquerqueño que tiene por la zona un pequeño corral, limpió la zona de zarzas y maleza porque ni siquiera se podía llegar a la fuente excavada en una roca. Aun así, aquello es muy triste: la piedra del pretil está rota y hay suciedad por todas partes. Aquel rinconcito escondido, entre piedras, donde muchas mujeres recogieron agua para las faenas del hogar, donde mucha gente se refrescó en las tardes tórridas del verano, ese lugar recóndito a donde iban algunas parejas a cogerse de la mano y darse los primeros besos furtivos, hoy es un lejío para vergüenza de un pueblo y unas autoridades que no respetan los pequeños símbolos del pasado. Lástima, porque como bien comenta Eugenio López en la obra antes citada, en torno a estos servicios se han escrito páginas inolvidables de la historia popular de Alburquerque.
Las fuentes han desempeñado durante generaciones un destacado papel social a tomarse como puntos de encuentro donde las mozas acudían cada tarde, como avecillas en bandadas para enhebrar el pico en libertad, lejos de las rígidas costumbres de la época. Un mentidero en el que salían a la luz los acontecimientos públicos más resonantes de la vida local, acrecentados en época de sequía durante las largas colas y la paciente espera del cubo en la manaera”. Y muchos alburquerqueños, como el propio López Cano, todavía llevan “fresco en la memoria el recuerdo infantil del banasto de ropa limpia con olor a tomillo y romero, y el leve contoneo de las mozas, cántaro a la cabeza, iniciando la cuesta tras el último descargadero”.
FOTO 1: Imagen actual de la fuente, rodeada de maleza.
FOTO 2: Mujeres alburquerqueñas, una de ellas familiar de Joaquín Duerte, con los cántaros a la cabeza.
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