Cuando Vicente Martínez me enseñó la Cruz de la Silva, no pensé que podría llegar a conocer tantos detalles de su historia, entre otras cosas porque, a pesar del interés que se tiene por los hechos pasados de nuestro pueblo, nadie tenía conocimiento de dicha cruz, ni siquiera Eduardo Maya ni Luis Gil “Angarilla”, amantes de las pequeñas historias de Alburquerque. Sí que sabía de su existencia Juan Castaño, que fue quien me puso en contacto con los hermanos Domingo y Lorenzo Barroso, y la esposa del primero, Fernanda Resmella, quienes me explicaron con entusiasmo los pormenores de un accidente que costó la vida a un joven de 15 años en un pedregal de la Silva. También agradezco a Manuela Generelo y Juan Carozo los detalles que me contaron para reconstruir esta historia enterrada.
La primera vez que vi la cruz, Vicente y yo tratamos de desvelar el contenido de la inscripción que tiene grabada. Se entienden algunas palabras, pero es imposible leer todo el texto. La orientación de la propia cruz ha motivado que, a lo largo de más de 70 años, el agua de lluvia haya ido deteriorando las letras que había esculpido un picapedrero.
El día 14 de junio de 1946, dos hermanos viajaban en un carro en dirección a Las Cañas, donde les esperaba su padre, guarda de aquella finca. Venían de Alburquerque, de pasar el día de San Antonio, entonces una fiesta muy importante celebrada en el llano de San Francisco, donde además de la imprescindible verbena, se colocaban puestos de dulces y una larga mesa llena de flores que abarcaba desde la esquina de San Francisco con la calle Mediodía, hasta la misma iglesia del barrio.
El carro lo conducía Ramón Mendo y su hermano José se había echado sobre unos colchones colocados encima de unos balcones y unas rejas que iban prestas a ser instaladas en el cortijo de Las Cañas, donde aún hoy cuelgan.
Los Mendo procedían de Salorino pero se habían criado en Alburquerque y tenían una casa un poco más arriba del Rincón del Cuco, por debajo de Chaqueta, el zapatero, y aunque no tienen familiares directos en nuestro pueblo, podemos citar algunas relaciones de parentesco o noviazgo de los cinco hermanos del joven difunto. Isidoro Carozo era cuñado de Kiko Mendo; Angelita Mendo se casó con uno de los “rastrojos·; Pedro fue novio de Isabel “Oreja”; Ramón, el conductor de carro, salió muchos años con Gertrudis Corchado y Manuela contrajo matrimonio con un guardia civil alburquerqueño, sobrino de la mujer de “Rempuja”.
Pero volvamos a aquella tarde cercana al verano de 1946. El carro bajaba una barrera tirado por cuatro mulas y, seguramente, Ramón, que tenía 28 años, se asustó por la velocidad que tomaba el vehículo, pero José, que iba relajado comiendo caramelos, no debió apercibirse del peligro. El carro volcó y cayó con todo su peso, balcones y rejas incluidos, sobre el cuerpo de José Mendo.
Ramón corrió y pidió auxilio a dos cuadrillas de segadores que faenaban en tierras cercanas. Entre ellos estaba Juan Carrasco, guarda de Los Santiagos, y sus hijos Domingo y Lorenzo. Todos corrieron hacia el lugar del accidente donde José yacía muerto. Tenía en su mano derecha una bolsa de caramelos y llevaba encima un reloj, cuya historia posterior nadie quiere contar.
Esperaron la llegada del forense, el doctor Francisco Sáinz Roldán, que se encargó de levantar el cadáver.
El cuerpo sin vida del menor de los Mendo fue trasladado al pueblo en un volquete, un carro tirado por una mula. A última hora de la tarde llegó a su casa de la calle “Pata”.
Manuela Generelo, la mujer de Juan “Chaqueta”, vecina y muy amiga de la familia, nos contó en su día cómo aún recordaba las palabras de Ramón cuando querían ayudarle a entrar el cuerpo de su hermano en la vivienda. Se sentía culpable y repetía: “Yo lo he matado y yo lo entro solo”. Y así fue.
Ramón no olvidó nunca aquella tarde de junio. Decidió marcharse a Madrid, donde se casó. Unos días antes de morir vino a Alburquerque para despedirse de Manuela. El destino quiso que el joven acompañante de José fuera el primero de los hermanos Mendo en morir, como si hubiese querido buscar a su hermano y reanudar el viaje emprendido en aquel lejano día de junio de 1946.
Era tal la amistad entre los Mendo y los Robles que Manuela Mendo fue la madrina del hijo menor de Chaqueta, José Manuel Robles Generelo. Así, de casualidad, me enteré que su madrina quiso que este niño llevara el nombre de su hermano como homenaje a aquel quinceañero muerto trágicamente.
Isidoro Carozo nos contó que después de aquel accidente mortal, mandaron construir una cruz de piedra a un buen cantero de la localidad, Juan Sanguino, quien en poco tiempo quedó la monumental cruz de piedra lista para colocarse en aquel pedregal de La Silva, donde hoy se alza sobre unas rocas.
José Mendo está enterrado en el cementerio municipal de Alburquerque.
FRANCIS NEGRETE/ AZAGALA
Impactos: 3